sábado, 5 de junio de 2010

Hoy es un nuevo día

Ayer amanecí muerta... Y no en el sentido que todo mundo utiliza como: "pfff, amanecí muerta porque casi no dormí" o "¡Estoy muerta! hoy no salgo".
No, yo verdaderamente morí. Antes de abrir los ojos, pero habiendo ya entrado al trance del despertar, mi "alma" se deprendió de mi cuerpo, y pude ver por unos instantes (que seguramente fueron pocos segundos, pero yo sentí que fueron horas) cómo dejaba de respirar, cómo mi cuerpo no apretaba ningún músculo, cómo mis ojos no orbitaban dentro de mis párpados como naturalmente lo harían, cómo mi corazón no latía porque ni si quiera lo sentía... Y después de darme cuenta de todo esto, alma y cuerpo se fusionaron otra vez. Abrí los ojos, con el corazón latiendo más rápido que nunca, tratando de mover todas mis extremidades para comprobar que estar viva, respiré profundo y di gracias a quien fuese que me dejó vivir un día más.
Dicen que cuando vas a morir, toda tu vida pasa ante tus ojos y después das el último respiro. Como lo mio fue muy extraño, no pasó toda mi vida en unos segundos frente a mí, pero no pude evitar estar pensando todo el día acerca de ésta: lo que había hecho y dejado de hacer, lo que quiero hacer en un futuro, lo que lograré y lo que únicamente son ilusiones y en eso se quedarán... los que han ido y venido, los que se quedaron porque quise y quisieron, a los que corrí sin pensar y luego me arrepentí, a los que corrí consciente y me hizo tanto bien...
Pero no pude dejar de pensar en una sóla cosa, más fuerte que todas las demás, y aún no entiendo por qué.
Verán, la semana pasada regresé al lugar en donde perdí mi virginidad. Sí, hace poco menos de 4 años. Y no fue porque yo quisiera o porque piense en ello todo el tiempo, pero llegué al lugar y me acordé. Antes era como un barecillo en donde llegaban "bandas" de chavitos a tocar su música, ya saben, esos que tienen su grupo de garage y creen que yendo a lugares así llegarán al estrellato. Yo iba mucho porque uno de "mis mejores" amigos era sobrino del dueño del bar que estaba al lado, así que siempre saltábamos de uno al otro.
Poco a poco lo que parecía amistad se fue convirtiendo en algo más y llegó un momento en el que eramos solamente él y yo, todo el tiempo y en todos lados. Saliendo de clases iba corriendo a verlo y me hacía muy feliz. Tan feliz que no me daba cuenta que la única feliz al 100% era yo.
Una noche de copas pasó lo que tenía que pasar, y cuando yo me di la vuelta, él ya estaba con alguien más, y me rompió el corazón y fracturó todo lo que yo era. ¡Qué ilusa! Yo ya sabía que él era así. Que no era una persona sólida, que era tan inseguro que necesitaba darse a cuanta mujer se le pusiera enfrente, con tal de demostrar que "traía todo", que sus amigos le aplaudieran, que las demás se fijaran en él porque era (como le gustaba autodenominarse) "un padrote". Yo pensé que conmigo iba a ser todo diferente, porque primero fuimos amigos y no iba a ser capaz de romper eso, pero no fue así.
Todavía yo, en mi gran estupidez, seguí saliendo con él, seguí "haciendo el amor" con él, con la esperanza de... no sé de qué. Siempre en el mismo lugar, y el siempre iba después a cazar a alguien más. No me dejó platicarle a nuestros amigos en común lo que él y yo teníamos, y con más razón estaba con más mujeres, para que ellos "no se dieran cuenta" y yo de pendeja...
Por muchas razones que ya no quiero recordar, todo acabó. Su compañía era lo que más extrañaba, su olor, sus bromas... pero él no era para mí, ni yo para él y ésto, fue algo muy tortuoso. No lo volvía ver.
El fin de semana pasada regresé a ese lugar. Cuando quise subir al baño me topé con una puertita que decía "sólo personal autorizado" y, ¿saben qué? yo me sentí más que autorizada para entrar a ese lugar. Abrí la puerta chillante de madera para toparme con la pequeña oficina en donde había sucedido todo. Todo era igual y a la vez tan diferente: un sillón verde del lado derecho, el escritorio de madera centrado al fondo, una larga lámpara de piso con el foco roto y el tan extraño pez espada colgado en la pared. Todo ahora lleno de cajas y un polvo que olía a melancolía y alivio, un polvo que por un instante tapó mi nariz, mis ojos y mi razón. Cerré la puerta y salí, esta vez, para no entrar jamás.
Ayer amanecí muerta. Y no puede dejar de pensar en él. Hoy... hoy es un nuevo día.

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